Yo tuve un gato maravilloso que adopté en febrero del 2010, ad portas del gran terremoto que, además de azotarlo todo, me estremecía la vida. Era necesario. Yo llevaba casi un año dormida, necesitaba agitarme y despabilar. El Merlín fue mi compañero por años, atravesamos cambios de casa y pareja, conocimos el frío de la soledad, pero también la plenitud de los silencios a través de los ronroneos. Fue en Junio del 2020 que manifestó malestares (a pesar de tener todas sus vacunas) y, en medio de una pandemia y encierros, se desató una leucemia fulminante, junto a ello PIB. Luego de varios días hospitalizado, le pedí expresamente que me avisara cuando ya fuera suficiente y me diera una señal para dejarlo partir sin dolor. Esa noche, aún viviendo en Santiago, soñé con calles de Viña que aún intento memorizar, paseábamos con mi pareja y veíamos en el cielo cómo dos frailecitos (aves de Islandia que con suerte y perseverancia puedes ver en la primavera del hemisferio norte) volaban sobre el cielo sosteniéndose mutuamente de sus picos en una especie de danza, yo apunté al cielo para que mi novio también disfrutara del espectáculo inusual en costas de este lado del mundo, ambos asombrados seguimos caminando de la mano. En ese mismo sueño vi su canil de la clínica al que no podíamos acceder por protocolo covid, lo vi decaído, lo acaricié, y sentí que esa era la señal. Al día siguiente, un día frío y lluvioso, nos avisaron que debíamos visitarlo con urgencia, a pesar de su repentina pero corta mejoría. El pronóstico fue nefasto: líquido en los pulmones, su corazón y riñones teniendo fallas multi sistemáticas. El veterinario, con empatía y nobleza, nos indicó los diversos pasos a seguir aunque carentes de esperanzas. Sin querer afectar nuestro libre albedrío, nos dio la opción que, en sus ojos vimos, era la más acertada: eutanasiarlo. Me lo trajeron, mi Merlín maullaba de dolor, no quiso comer ni siquiera su pasto o aceite de coco que tanto amaba. El procedimiento se inició, un relajante muscular, que lo adormecería para luego aplicar una especie de sobredosis de anestesia que detendría su vida. No podíamos quitarnos la mascarilla porque era pleno invierno del 2020, sin vacunas ni nada que nos protegiera mas que el miedo a cuidarnos. Mientras Ernesto lo acariciaba, puse mi cara frente a mi gato para que supiera que allí estaba yo: su mamá. Lo miré fijamente a los ojos hasta que el médico indicó que ya todo había terminado… El Merlín fue un gato recogido del barrio Franklin, donde suelen abandonar a muchos de ellos, sólo deseaba que se sintiera acompañado por quienes lo hemos amado profundamente, y que lo último que vieran esos ojos verdes fueran los míos, a pesar de un bozal, él me reconocería, lo crié por años, fue mi amor inconmensurable siempre, no podía marcharse en soledad porque no lo merecía, llegó como un mago y se iría como tal. El llanto nos desbordó, la ausencia también, porque este gato fue el amor en vida, dulce, cariñoso, perceptivo, regalón. Su corazón se detuvo un 25 de junio a las 17:25 en el cielo más rosa que haya visto en mi vida en Santiago. Llegar a casa fue brutal, guardar sus platos de comida y ver cómo la Lupe, nuestra gata con quien tenían una relación de amor y hermanos, lo buscaba, nos devastó, pero el amor nos reencontró también y aprendimos a recordarlo como nuestro gato mágico que sabía cuándo acercarse a ronronear, a mirarnos, a siempre acompañar. Me cuesta hablar del Merlín, porque marcó mi vida, recién después de dos años de su partida puedo contar su historia, recordándolo con gratitud y amor porque finalmente fue él quien me rescató en la etapa más oscura de mi vida. Cuando sientes que lo pierdes todo, saber que debes levantarte por alguien que depende de ti, me sacó de la cama y de las lágrimas. Espero haberte dado el hogar más cálido y lleno de mimos, Merlín, te quiero y recuerdo por siempre, gracias por tanto.
Quiero agregar que la primavera de ese año, decidimos mudarnos de Santiago a un lugar con mar, optamos por Viña , no por el sueño que tuve durante su enfermedad pero de alguna forma, siento que al irse, también se cerraba un ciclo para nosotros en una ciudad que ya era poco amigable y segura.
En Octubre del 2020, adoptamos a Leonardo Zepeda Cavieres, y hemos continuado construyendo una historia distinta, hermosa pero diferente, la vida siempre me sorprende, sus señales también, otro día te cuento sobre el Leo, un gato inquieto, dependiente, regalón y gracioso, sólo quiero recomendarte que no dudes en adoptar un animal si puedes hacerlo con responsabilidad, créeme, tu mundo tiene más sentido con ellos.
Una respuesta en “Mi gato Merlín”
Durante años, desde la infancia, admiré ese amor y dedicación que tenías hacia los felinos. Sin embargo, Merlín siempre fue extremadamente especial. Nunca comprendí ese tremendo amor hasta que dejé entrar en mi vida y en mi corazón a un negrito gatuno como tú Merlín. Es un amor inconmensurable y es una magia indescriptible la que transmiten estos pequeños seres. Uno los adopta, pero en realidad son ellos quienes nos ayudan a nosotros, nos calman, nos aman, son tan perceptivos. Ahora miro hacia atrás y no comprendo como viví tanto tiempo sin él.
Merlín fue bendecido con tenerte a ti y sin duda tú con tenerlo a él. Una relación sumamente especial. Qué mejor tributo y reconocimiento que estas palabras repletas de verdad, amor, sabiduría y sanación. Te admiro y adoro