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La muerte, la transición.

Al tener tan sólo 14 años perdí abruptamente a mi madre, tenía 41 años, un infarto al miocardio se la llevó, era un domingo otoñal de Mayo, escorpiana, aguerrida, valiente e independiente, aprendí muchísimo de ella. A defenderme, a ser realmente feminista, a ser autónoma. Era el fin de los noventas, una era confusa, rebelde, idealista, pero yo , siendo la menor, siempre me crié bajo su alero y protección, perderla fue caer al abismo, porque hago hincapié a que provengo de un pueblo en la VI región donde este tipo de cosas no se hablan y la muerte es parte de los cientos de tabúes. Durante mucho tiempo me enfrasqué leyendo y tratando de encontrar causas, orígenes, respuestas, no encontré nada, absolutamente nada que me devolviera la paz, ese 16 de Mayo una parte de mí se fue con ella y no regresó jamás. Ya nadie en el mundo volvería a amarme de la misma manera, ya no había anclas en la tierra, las raíces me las habían arrancado para siempre, su aroma no volvería, no abrazaría sus manos con pecas, ni acariciaría el lunar de la mejilla izquierda que también heredé, su risa explosiva y genuina desapareció para siempre. Crecí como pude, volví a sonreír, a soñar pero ya nada fue lo mismo, si nos cortan el cordón umbilical al nacer, yo sentía que me que habían desgarrado el corazón y que latía a medias.

De eso han pasado 20 años, tengo 34, y la extraño todos los días, cuando me lavo el pelo en invierno y quisiera que ella lo secara, cuando voy a la ópera y me gustaría tomarla de la mano mientras escuchamos a Verdi, cuando no recuerdo su voz, cuando deseo que me trence el cabello, o me regañe por mi mal temperamento, cuando necesito que alguien se jacte de la hija “talentosa” que ella siempre quiso tener y que ni siquiera sé si soy yo. Cada cierto tiempo me visita en sueños, en señales y sé que es ella, a veces me hace dormir, a veces me vuelvo incrédula y siento que es sólo parte de mi ilusión.

¿Por qué hablo de esto? porque en este lado del mundo jamás nos hablaron de la muerte, de las transiciones, nos hacen crecer con un desconocimiento absoluto de que lo único seguro que tenemos todos como seres humanos es la muerte, sin embargo, no se conversa, no nos preparan, y cuando el momento llega, golpea brutal y nos desarma. Con el correr del tiempo, todo sana, pero duele y duele sanarlo a solas, en el desconocimiento absoluto.

Hoy comprendo que la muerte no es algo nefasto, sino parte de los ciclos de la vida, comprendo que nuestros lazos no se han desvinculado jamás, por el contrario, estamos más cerca y unidas que nunca, sólo en otro plano, y claro, no es el plano que yo quisiera porque necesito abrazarla, besarla, dormir con ella, jugar con sus rulos que también me heredó.

A diario escucho con atención y respeto sus relatos de pérdidas similares a ésta, sólo me gustaría y desde la humildad desearles paz y que a través del dolor logren apaciguar la añoranza, porque somos humanos y no es fácil el desapego, pero la vida es eso, amar sin cadenas, amar y trascender, amar y rememorar, amar pero con esperanza, más que mal, Mami, tú y yo nos volveremos a abrazar eternamente. Si eso no es fe, no sé qué otra certeza podría ser.

En la mitología griega a Deméter, diosa de la fertilidad le arrebataron a su hija Perséfone tempranamente, ella secó las tierras y las volvió infértiles,  Zeus debió interceder y transar seis meses juntas y seis meses en el inframundo, donde Perséfone había sido llevada, se dice que cuando su madre está lejos de ella, el invierno se instala en la Tierra, pero en primavera es el momento de estar juntas y florecer.

Espero muchas primaveras para todas quienes extrañan, el invierno jamás será eterno…

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